Quintanaopio y la fundación del monasterio de Oña
La localidad de Quintanaopio y la villa condal de Oña tienen un pasado en común más cercano de lo que cabría pensar. Para ello hay que remontarse al siglo XI, cuando el conde Sancho García se proponía fundar el Monasterio de San Salvador. Aquí nos acercamos a los hechos y quiénes fueron sus protagonistas.
INDICE
1. La villa condal de Oña
2. Quintanaopio y su territorio
3. El acuerdo de intercambio
El Monasterio de San Salvador de Oña fue fundado en el año 1011 por el conde castellano Sancho García y su esposa Doña Urraca (Gómez), en cuyo panteón descansan sus cuerpos junto a los de otros condes y monarcas hispanos.
En su origen fue concebida como abadía dúplice, con monjes y monjas procedentes de los cercanos monasterios de San Juan de la Hoz (en Cillaperlata), de Santa María de Loberuela (próximo a Terminón) y de San Pedro de Tejada, en el cercano valle de Valdivielso.
En el año 1033, por orden del rey Sancho III de Navarra y su esposa Doña Munia (hija del conde fundador), el monasterio pasó a depender de la orden francesa de ‘Cluny’ y a conformarse exclusivamente por religiosos benedictinos, hasta su abandono en el segundo tercio del siglo XIX.
En el momento de mayor desarrollo, la abadía de San Salvador de Oña llegó a tener bajo su jurisdicción más de 70 monasterios e iglesias repartidos por el norte de las provincias de Burgos, Cantabria y Palencia. Representó uno de los cenobios más importantes del pujante condado y posterior reino castellano.
1. La villa condal de Oña
El deseo del conde Sancho y de su esposa Urraca era encontrar un lugar apropiado para su enterramiento, acorde al alto rango de poder que ya ostentaban de manera autónoma, en los márgenes de los todopoderosos reinos Asturleonés y de Pamplona-Nájera.
Con este fin, pusieron sus ojos en la existente localidad de Oña que destacaba -como lo sigue haciendo hoy- por su particular emplazamiento, a la salida del desfiladero del río Oca y a los pies de la sierra que lleva su nombre. Precisamente, «oina» es un vocablo que todavía se usa en el vascuence moderno y se traduce al castellano por “pie”.
Además de la patente vistosidad del enclave, habría que añadir la gran abundancia de agua que emana de las entrañas de la sierra de Oña, como un gran aliciente -a buen seguro- para su elección.
Otro factor que pudo influir en ésta fue la tradición de retiro espiritual existente en la zona, durante la Alta Edad Media; con un importante número de eremitorios que se distribuían por todo el contorno: valle de Caderechas, desfiladeros del Oca y la Horadada, valle de Valdivielso, etc.
2. Quintanaopio y su territorio
A comienzos del siglo XI, la localidad de Quintanaopio -junto con sus tierras de labor y montes circundantes- formaban parte de los bienes patrimoniales de los condes titulares de Castilla, Sancho García y Doña Urraca.
Por su parte, la villa de Oña, con sus casas y pobladores, rendía vasallaje al noble Gómez Díaz (también llamado, conde de Barcina); hijo éste de Fronilde Fernández, hermana del anterior conde, García Fernández.
Así pues, para la fundación del monasterio de San Salvador, por parte de los condes de Castilla, fue previamente necesario llevar a cabo una compraventa de la propiedad o -mejor dicho- una “permuta” con sus legítimos propietarios, el noble Gómez Díaz y su esposa Doña Ostrucia.
Así y mediante acuerdo escrito, el noble Gómez Díaz entregaba la villa de Oña a su primo, el conde Sancho García, para fundar en ella un nuevo monasterio, a cambio de las heredades del conde castellano en la localidad de Quintanaopio y su término.
Se conserva testimonio documental de ambas partes, de la cuales una se hizo (sólo) en latín y la otra en latín y castellano. La segunda copia se conservó en el ayuntamiento de Quintanaopio, de la misma manera que las sucesivas transcripciones que se realizaron, en los siglos XIV y XVIII.
3. El acuerdo de intercambio
En la copia del acuerdo, que se guardó en la casa del concejo de Quintanaopio, el documento legal de intercambio de propiedades se expresaba y encabezaba de la siguiente forma:
«En el nombre de Dios. Yo, Don Sancho, Conde en uno con mi muger, Doña Urraca la Condesa, damos a tí Gomez Díaz e Doña Ostrucia, tu muger, en precia e en cambio por la villa de Oña, con sus Casas e con los pobladores, que hi moran por todos sus términos, estas heredades que se siguen: […]»
Mientras que -a continuación- se hacía una descripción de las propiedades entregadas en el acuerdo, entre las que se incluía la propia villa de Quintanaopio, de esta manera:
«[…] Esta villa, que es en termino de Cadrejías, que llaman Quintana de Opio, con todos los vezinos, e moradores del dicho lugar, con todas sus entradas e salidas, e con toda su tierra, e con todo el manzanal, que es cerca de el Río, que desciende, de Cadrejas e con su fuero escogido, conviene saber: que non paguen homicillo, nin otro tributo, nin fonsadera, nin tema a Merino nin poder del Rey, nin de Conde, nin de otro Señor de la tierra. E con tal fuero, e costumbre escogido Vos lo robro e confirmo. […]»
Entre las propiedades con las que los condes castellanos (Sancho y Urraca) compensaban la adquisición de la villa de Oña, a sus anteriores propietarios, estaba también el territorio circundante a la localidad de Quintanaopio, y cuyos límites se describían así en el documento:
«[…] El comienzo del termino a la pressa vieja de Cantabrana, las erias de Esidre a Soma Loma de tordos, a la ferrumbre en medio el camino a la Peña Cugujadilla, a fuente de la familia, a Peña pardiella, a Somo Sierra, a Santa Christinna e recude a la pressa vieja sobredicha, a fuente padierna e al Cuerno de teyedo, a la Peña del Cuerbo e al portiel dalar el Somo adelante, a fon Padre, e dende a Somo Valdetarrienzo el Val a iusso, a los angostielIos, e dende a los Corrillos, dende a la Cabaña Vieja de somo Valdemorgado, entra al molino de medio, al congostiello a la tajadura de la peña, dende a peña Redonda, dende al quadron, dende alla es de Abbad de Oño, dende acá es de Quintana opio, dende a cueto de Gómez, a Somo Sierra en Santa Christina. […]»
Para finalizar, el conde Sancho resolvía y ratificaba el acuerdo de intercambio de las villas de Oña y de Quintanaopio, en los siguientes términos, con fecha 7 de febrero del año 1011 (año 1049, de la Era Hispánica):
«[…] Si por ventura alguno de mi generazion, o de otra generazion se esforzase en alguna Cossa a benir contra lo que de susso escripto es, la ira de Dios benga sobre él, e pague por ello al Rey de la tierra quinientas Libras de oro. Fecha fué esta Carta de Cambio Martes, a veinte y siete días de el mes de Febrero, en la Era de mill e quarenta e nuebe años. E al tiempo que regnaba el Rey Don Alfonso en Leon, e el Rey Don Sancho en Pamplona. E Yo el Conde Don Sancho, e mi muger Doña Urraca, e Yo Gómez Díaz, e mi muger Doña Ostrucia, mandamos fazer esta escriptura, e vimos al escribano leerla, e los signos, e el roboramiento.»
Nota final
La tradición oral ha salvaguardado este acontecimiento histórico, durante siglos, aunque -como sucede siempre en los relatos populares- alterando completamente los hechos descritos, hasta desdibujarlos.
En el pueblo de Quintanaopio se ha transmitido, generación tras generación, la leyenda que la localidad tenía en su origen el nombre de «Oña», mientras que la villa condal respondía al de «Quintanaopio». Y que en algún momento de su pasado, ambos fueron intercambiados, pasando a ser tal y como los conocemos ahora (uno con el nombre de la otra).
El paralelismo entre la historia real y la fantástica es evidente, incluso romántica y hermosa, aunque por el camino perdiéramos un hecho histórico tan importante como el nacimiento de uno de los monasterios más importante de España.
Texto e imágenes:
Enlaces de interés:
- 📷 Álbum fotográfico >> “Oña, villa condal” (Flickr).
- 📷 Álbum fotográfico >> “Quintanaopio” (Flickr).
Otros enlaces:
- Portal de Turismo del Valle de las Caderechas. Web >> www.valledecaderechas.com
- Ayuntamiento de Oña. Web >> www.ayuntamientoona.com
Fuente:
“Cambio de Oña por Quintanaopio hecha por el conde Don Sancho: Documentos inéditos”, Huidobro Serna, Luciano, B.I.F.G. (1946/4), Burgos — Año 25, n. 97 (p. 206–212).